Por Citlaly Romero Ornelas*
* Las Mujeres y el Regreso a la “Nueva Normalidad”
CADA UNA de las reformas que vivimos socialmente han colocado retos para las personas, retos que se viven de diferente manera dependiendo donde estamos parados y paradas: clase social, raza y por supuesto condición sexo genérica.
LA CRISIS por el Covid 19 ha develado todas las fallas cimentadas por el sistema neoliberal, entre las que destacan la falta de un sistema de salud integral, la precariedad laboral, la capitalización de las vidas, la debilidad del sistema educativo para revisar el aprendizaje y no el cumplimiento y la falta de planeación con perspectiva de género de las acciones de aislamiento y el regreso a la normalidad.
HACER FRENTE a la crisis ha implicado para las mujeres absorber nuevamente la carga: responsabilidad y desarrollo del espacio privado, el incremento de las actividades domésticas, de cuidado y crianza se ha triplicado durante la pandemia y ha implicado que las mujeres nos veamos confinadas con la enorme tarea de sostener el hogar y garantizar además que se cumplan las normas propias de este espacio y de las indicadas para contener el coronavirus.
NUESTRAS EXPERIENCIAS como mujeres giran en torno a las tensiones entre nuestra vida privada y nuestra vida pública, ahora además las actividades del espacio público se han colocado en el privado: hacer las tareas de las escuelas, realizar las actividades laborales desde casa; mantener la limpieza, comidas y crianza o nuestro mundo –y el de nuestra familia– colapsa, tareas que están implicando sufrimiento.
ESTA CRISIS se da en un contexto de pugnas en temas de derechos de las mujeres, que se agrava día con día, que se viene gestando desde hace décadas, y que ya no se puede ignorar por más esfuerzos que se hagan desde el sistema. Los movimientos de mujeres, las feministas, han puesto en la agenda pública los malestares que vivimos las mujeres.
A INICIOS de este año la noticia del feminicidio de Ingrid Escamilla nos dejó claro que el aumento en la cifra de feminicidios sería una constante. El feminicidio ese mismo mes de la niña Fátima de siete años, indignó, consternó al país. Estos feminicidios condensaron buena parte del horror que vivimos todos los días niñas y mujeres en un país que desde todas sus plataformas y escenarios fortalece la cultura machista y condena nuestras decisiones, felicidad y vidas.
PARECE COMO si las mentes fueran incapaces de abarcar la magnitud de las cifras de niñas y mujeres asesinadas y desaparecidas en México, y necesitáramos de casos concretos para percatarnos de la inmensidad de la tragedia. La vida de niñas y mujeres está constantemente en entredicho, y no por su natural fragilidad, sino porque el país está atrapado en una espiral de violencia machista aparentemente interminable, porque las instituciones del Estado no son capaces de asegurar la vida de las mujeres, y porque de acuerdo a varios ejercicios esas instituciones están en el origen mismo de un sistema patriarcal.
ESTE TELÓN de fondo obliga a poner en cuestión el sistema político entero y a hacer una crítica profunda del desempeño y estructura de nuestras y nuestros representantes, de los alcances del capitalismo en las decisiones para garantizar la vida y de las instituciones gubernamentales que parecen incapaces de romper esquemas patriarcales.
EL SIGLO pasado ese inmenso movimiento que se conoce como feminismo hizo una crítica radical del sistema de poder vigente en todos los ámbitos y lugares del mundo. Señaló su verticalidad y, ante todo, su carácter patriarcal y androcéntrico. Llamó a transformar la manera como las sociedades gestionan y resuelven su existencia misma. Y cuestionó, por supuesto, el hecho de que, históricamente, las mujeres hemos estado excluidas de “lo público”. Las luchas de las mujeres fueron abriendo espacios para el desarrollo profesional, la participación política, el esparcimiento y diversión. En esta lucha el espacio privado lo llevamos a cuestas, a todas partes, en el trabajo y desde la distancia seguimos resolviendo las cosas de la casa, de la crianza, de la seguridad familiar. Sin embargo, esta inmersión tuvo costos. El sistema neoliberal planeó las formas de seguir oprimiendo a las mujeres en su esencia y ejercicio de derechos; ahora nos enfrentamos a condiciones estructurales de desigualdad, condiciones que justifican la precariedad económica en la que viven miles de mujeres, condiciones que llevan todo el tiempo a la incertidumbre de no saber cómo cuidarán a sus hijos e hijas y salir a trabajar al mismo tiempo. Es justamente esta incertidumbre la que ahora abarca el “quehacer” de la mayoría de las mujeres: ¿cómo regresaremos a los espacios laborales si las escuelas continuarán con educación a distancia?, ¿quién cuidará de nuestras hijas e hijos?, ¿quién se hará cargo de la comida?, ¿a qué hora podré apoyar en las actividades escolares? Ahora la palabra quehacer es la que más nos suena a las mujeres, porque “quehacer nos sobra”.
ESTA CRISIS afecta de forma directa y diferente a las mujeres. Es necesario ver esa desigualdad, reconocerla para poder transformar las realidades que vivimos. Esta necesidad debe de manera urgente ser atendida por parte de las administraciones públicas, instituciones y organismos independientes, de lo contrario regresar a la normalidad sin protocolos y acciones con perspectiva de género será un insulto a la democracia.
* Feminista, servidora de la Nación y educadora para la paz y los derechos humanos