Por Monserrat Vázquez
HACE UN par de años tuve oportunidad de visitar el extraordinario pueblo de Mitla, que se encuentra al oriente de la ciudad de Oaxaca. Mitla viene del náhuatl Mictlán, “lugar de los muertos”, era el centro de poder político de los zapotecos, donde fueron erigidas plazas, palacios, monolitos y fachadas ornamentadas, muy similares a las de Monte Albán. Mientras recorría la zona, de forma abrupta, casi como una bofetada, algo chocó entre mi sosiego y el horizonte. En el espectro apareció el templo de San Pablo, que está justo en medio del patio, mucho más alto que las grecas y los muros de ensamble. Para construir este templo fueron destruidos diversos palacios de la gran Mitla, y este gran centro se vio transformado con caballerizas y basureros. Seguí caminando, y junto a unas escaleras que llevan a las criptas, encontré este texto que se grabó en mi memoria: Estos recintos muestran en parte la historia de la destrucción y vandalismo que sufrió Mitla como producto de la conquista española. Los tres fueron desmantelados y destruidos totalmente con el objeto de reutilizar sus materiales en la construcción del templo católico. El objetivo último era el de acabar con los vestigios de poder de la cultura prehispánica para imponer la civilización y religión occidentales.
DURANTE LA semana pasada, el diario Reforma hizo pública la carta que el presidente López Obrador envió a Felipe VI, rey de España. Esta carta fue escrita con motivo de la conmemoración que habrá de ocurrir en 2021, a 500 años del inicio de colonización y conquista de México y a 200 años de la consolidación de nuestro país como un estado-nación independiente. En dicho escrito, AMLO le solicita al Reino de España que exprese de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios causados a fin de realizar una ceremonia entre ambos países; reconoce a España en su papel fundacional de la nación mexicana, pero también menciona que la conquista fue un acontecimiento violento y doloroso. La respuesta de la actual España fue igual de dolorosa, y por supuesto se negó. En sentido estricto, el gobierno de México no le exigió disculpas a España, sino que le solicitó reconocer que, durante el proceso de colonización, se cometieron un sinnúmero de violaciones a las leyes vigentes, fueron destruidas zonas arqueológicas, se vulneraron principios y hubo imposición de fe. El presidente no está requiriendo una compensación por el daño o incluso está procediendo de manera legal (esto es importante, porque en otras situaciones, como los agravios cometidos durante el Holocausto, en 2012 la Alemania bajo el mando de la canciller Angela Merkel, inició un proceso de compensación monetaria a las víctimas judías del nazismo) que sería completamente dentro del marco del derecho internacional público.
INDEFECTIBLEMENTE, ESTE momento debe invitar a la reflexión. Intentemos no enfrascarnos en los livianos comentarios que muchos irresponsablemente han emitido en redes sociales, donde no solamente le han agradecido a España “haberles quitado lo prieto y lo indio” (sic) sino que también han utilizado esta coyuntura como oportunidad de exhibir el clasismo y racismo tan punzante de la clase media mexicana. Evidentemente, todos somos los vestigios de esta colonización, nuestros nombres y apellidos, nuestro color de piel y rasgos son el resultado del mestizaje, pero también lo son de la esclavización, de violaciones, del saqueo y la catástrofe. Algunos han criticado el hecho de reconocer el lado negativo del proceso, pero ha sido por el simple hecho de que fue el presidente quien trajo el tema a la mesa, y desafortunadamente en el afán de ser oposición (raquítica, incongruente, pero al final oposición) quienes están inconformes nuevamente son quienes vienen de una posición privilegiada a la que no están acostumbrados a cuestionar, se escudan en el viejo “no polarizar” porque aún están temerosos del debate, pero están más cómodos con la ignominia. Necesitamos este reconocimiento. Necesitamos visibilizar la tragedia y la inminente marginación a la que fueron relegados nuestros pueblos indígenas, necesitamos reconciliarnos con nuestro pasado, conocerlo, abrazarlo si es que deseamos reconstruir este país. Es inevitable sentir zozobra ante lo que tenga que pasar para que la clase media deje de identificarse con el ultraconservadurismo occidental y que en su afán detractor ignore oportunidades que es crucial aprovechar.
HACE 30 años, un hombre uruguayo escribió letras tan desgarradoras de lo certeras que son, y es que si hubo alguien que documentara el saqueo de la colonización y al mismo tiempo lo cubriera de aforismos tan bellos como lúgubres, fue Eduardo Galeano. “El fatalismo biológico, estigma de las razas inferiores congénitamente condenadas a la indolencia y a la violencia y a la miseria, no sólo nos impide ver las causas reales de nuestra desventura histórica. Además, el racismo nos impide conocer, o reconocer, ciertos valores fundamentales que las culturas despreciadas han podido milagrosamente perpetuar y que en ellas encarnan todavía, mal que bien, a pesar de los siglos de persecución, humillación y degradación. Esos valores fundamentales no son objetos de museo. Son factores de historia, imprescindibles para nuestra imprescindible invención de una América sin mandones ni mandados.” Letras tan pertinentes, más que nunca.