1767, el Olvido Jesuita
Por Daniela Itzel Domínguez Tavares
“OS REVISTO de toda mi autoridad, y de todo mi real poder, para que inmediatamente os dirijáis a mano armada a casas de los jesuitas. Os apoderaréis de todas sus personas, y los remitiréis como prisioneros en el término de 24 horas al puerto de Veracruz. Allí serán embarcados en buques destinados al efecto. En el momento mismo de la ejecución haréis se sellen los archivos de las casas y los papeles de los individuos, sin permitir a ninguno otra cosa que sus libros de rezo y la ropa absolutamente indispensable para la travesía. Si después del embarque, quedase en este distrito un solo jesuita, aunque fuese enfermo o moribundo, seréis castigado con pena de muerte. Yo el Rey”.
ESTE FUE parte del texto con el que el rey Carlos III ordenó la expulsión de los jesuitas de sus territorios de la península y ultramar la madrugada del 25 de junio de 1767; la expulsión era inminente, la desobediencia civil y religiosa se castigaría con muerte, nadie podía oponerse a un decreto real. Carlos III aseguró que las intrigas dentro de la monarquía, así como los tumultos y motines que había sufrido España un año antes fueron causados por los ignacianos y por tal motivo debían sufrir las consecuencias de sus actos como organización religiosa. Este puede ser, quizá, uno de los momentos más críticos de la historia colonial de la Nueva España, la expulsión del grupo intelectual más influyente y del sector económicamente más importante de la Iglesia católica en América.
ES CIERTO que la expulsión jesuita que se suscitó en el siglo XVIII fue causada por las intrigas que existieron dentro de los grupos de confianza de Carlos III, pero también corresponde a un esfuerzo por librarse de la influencia de los ignacianos. Este fue un tiempo en el que los monarcas europeos tendían a ser más déspotas, fue la época de los fisiócratas y regalistas, aunque no es extraño, los tiempos estaban cambiando y las sociedades no eran las mismas, los monarcas europeos trataron de guardar el poder hasta donde pudieron sostenerlo.
EN 1767 existían en la península un total de 120 colegios con poco más de dos mil 700 miembros, mientras que para el caso de ultramar en sus siete provincias (lo que incluía los territorios de la Nueva España y Filipinas) había más de dos mil 600 religiosos que tuvieron que ser embarcados a Roma.
POCAS PERSONAS en la Nueva España sabían sobre la expulsión. Era un secreto real y la organización fue sumamente meticulosa, no se quería alterar a la población y mucho menos anticipar a los jesuitas.
LA COMUNIDAD jesuita más cercana a lo que hoy comprende el estado de Aguascalientes se encontraba en la ciudad de Zacatecas, donde en el siglo XVII se había fundado un colegio/residencia de la Compañía. Aquí un extracto de la crónica hecha por las autoridades coloniales en este punto:
“EN LA MUY noble y leal ciudad de nuestra Señora de Zacatecas, a las tres y media del mañana, del día veinticinco de junio de mil setecientos sesenta y siete años, en virtud de las órdenes comunicadas por el sargento mayor de los reales ejércitos de vox […] se juntaron los expresados con veinticuatro soldados de las compañías y veinte guardias de a caballo, en la plaza mayor, que inmediatamente marcharon precedidos de nuestro sargento que instruyó la tropa, ocupando todas las avenidas (alrededor del Colegio) […]”
EL DOCUMENTO fue realizado por Felipe de Neve quien era el Sargento Mayor de la ciudad de Zacatecas, mismo al que estuvo la obligación de llevar a cabo la ordenanza y llenar de soldados las calles aledañas a la residencia donde se encontraban los jesuitas. Un día después los sacerdotes Sebastián de Vergara y Joaquín Cía (quienes administraban las haciendas que hoy se encuentran en Aguascalientes) se encontraron con el resto de su comunidad en Zacatecas para comenzar su viaje al exilio. Este es sólo el ejemplo más contiguo que tenemos, pero fue la suerte de miles de jesuitas.
¿QUÉ PASÓ con los bienes inmuebles de la Compañía? Pues bien, se formó la Junta de Temporalidades que se encargó de inventariar residencias, colegios, haciendas y todas las propiedades de la Compañía para después nacionalizarlas y otras más ponerlas a la venta.
LA COMPAÑÍA de Jesús desde su formación y aprobación en 1540, por medio de bula papal, estuvo desatinada a grandes empresas, pero no por ser una organización apoyada por Roma sino porque representaba el brazo intelectual, crítico y renovado de la Iglesia. Estaban listos para evangelizar el mundo, desde Japón, Filipinas, Paraguay y la Nueva España. En 1572 llegaron los primeros jesuitas a los territorios que hoy comprende México y la deuda que se tiene hacia este grupo es inmensa. Se encargaron de algunos grupos indígenas, la educación de los criollos y la formación de las escuelas más importantes de la época, trajeron las discusiones científicas y políticas que estaban en boga en Europa hasta aquí. ¿En qué momento el poder intelectual y la injerencia de la Compañía igualó o rebasó el poder monárquico en la península y el virreinato?