El Aguascalientes de los 50
Por Jorge Arturo Ferreira Garnica
HOY ESCRIBO mi colaboración bajo ese manto colmado de euforia y compulsivo desenfreno decembrino que abarrota centros comerciales, boutiques y tiendas de todo tipo de artículos, y cuya perversa finalidad de los propietarios de estos comercios no es otra que desplumar al populo de sus aguinaldos. Sí, esos incentivos monetarios que todo trabajador recibe por ley en esta temporada denominada por los cristianos como Navidad, para celebrar el alumbramiento de Jesús de Nazaret o Crhistós, el ungido, como compensación anual a su esfuerzo laboral. Esta comercializada celebración me invita a viajar por los laberintos de mi memoria en los que está instalado mi pasado, para hurgar en ellos y poder rescatar aquellas añejas vivencias el cómo se celebraba tan significativo acontecimiento en la época de mi niñez. Época en la que tal celebración se concretaba a dar la última de las nueve posadas, y cuya conclusión era el arrullo al Niño Dios y su tradicional “acostamiento”. Este suceso requería de un padrinazgo quien era el que llevaba los dulces finos, de los que cada asistente tomaba uno a varios de una charola que se pasaba junto con el Niño Dios, al que se besaba y concluido el acto del beso se le acostaba en un improvisado pesebre que era el centro de aquellos bellos y bien decorados y cuasi olvidados nacimientos.
POSTERIORMENTE SE invitaba a los asistentes a degustar buñuelos, tamales y atoles de fresa, vainilla, guayaba y otros sabores más. Eso era la celebración navideña. El Niño Dios no traía juguetes, eran los santos reyes quienes se encargaban de este piadoso engaño. No se invocaba ni mencionaba, en la Ciudad de México ni en ninguna otra parte de nuestra bella provincia a San Nicolás o Santa Claus como se le conoce ahora. No era costumbre dar regalos a nadie, la noche del 24, y la cena, si la había, era esa que mencione: tamales, buñuelos y atole. Era todo.
PERO DESPUÉS de tanta algarabía y tan generoso derroche de dulces, fruta, cánticos, villancicos, rezos, letanías, cabellos quemados y chorreadero de la parafina por el piso de esos largos pasillos de aquellas hermosas casonas de arquitectura de patio, de grandes arcos de medio punto de cantera rosa, verde o amarilla, con columnas dóricas o jónicas algunas finamente talladas; parafina que goteaba de esas velitas con las que se acompañaba al Misterio(*) para pedir posada.
CON EL ACOSTAMIENTO terminaban las posadas. En apariencia, todo volvía a la normalidad, salvo por un mínimo detalle: la ansiada espera de nosotros que fuimos los niños de ese entonces, por la llegada de los Santos Reyes, a quienes se le había escrito un breve cartita que se introducía en un zapato, y en la que solicitábamos uno o dos juguetes del poco repertorio que en aquél entonces había, y en verdad era muy poco. Generalmente nunca nos traían lo solicitado, si acaso algo similar o lo más parecido.
LA INOCENCIA y el engaño eran la piedra angular de tan singular costumbre y también tradición, ahora devorada por la penetración yanqui de Santa Claus o Papá San Nicolás a través del cine, la televisión y por todos los medios de comunicación de que cada época dispuso hasta que lo lograron. ¿Cuál árbol de navidad? Sólo el nacimiento, con sus multiplicidad de figuras humanas, como pastorcitos, sin que faltarán los animalitos de barro, puentes chozas etcétera, etcétera. Todavía en algunos pueblos se estimula esta tradición a través de concursos o simplemente por satisfacción personal y al mismo tiempo con el ánimo y la esperanza nos sólo de dejar un legado a las nuevas generaciones, sino conservarlo, pues ahora lo único que les interesa a esta generación, es cruzar la frontera norte para ir a ganar dólares, aprende mañas, consumir drogas y traficar con ellas y un largo etcétera. En tanto otros se quedan aquí a trabajar por míseros salarios que no alcanzan para lo mínimo indispensable. Muchos otros se dejan seducir por el dinero rápido y fácil que les produce la venta de drogas, reclutándose con los cárteles del narcotráfico como distribuidores o bien como soldados dispuestos incluso a matar por unos cuantos pesos.
PERO VAYAMOS a lo amable de la remembranza de los Reyes Magos, que fue una piadosa manera de enseñarnos a mentir o engañar desde muy temprana edad. Y todo, tan sólo por ese efímero chispazo de alegría y felicidad que sentíamos, en ese amanecer del día 6 de enero, generado por el simple hecho de recibir esos anhelados juguetes solicitados epistolarmente a los Tres Reyes Magos; Melchor, Gaspar y Baltazar, que la noche del 5 por mandato divino se comisionaba a nuestros padres para depositarlos junto al nacimiento. En esa alegoría mitológica de estos tres personajes de la Historia Sagrada, en la que narra que llegaron hasta el pesebre a rendirle pleitesía al Niño Jesús, y hacerle entrega de tres ofrendas simbólicas: oro, incienso y mirra; el metal amarillo por ser Rey, el incienso por ser Dios y la mirra por ser Hombre. Y es precisamente de ahí de donde surge la tradición, ahora extinta de los regalos; no sé si a todos los niños del mundo cristiano, o solamente a los mexicanos. Lo de ahora es pura falsedad y gasto superfluo, aunque tiene su lado positivo que es la convivencia familiar, que en numerosas familias termina en sangrientas e irreconciliables riñas. Pura felicidad ficticia, decía mi amigo “Dany Boy” o Daniel González que vivió muy rápido y nos ganó.
AHORA TENEMOS tratados comerciales, a través de los cuales todo tipo de mercancías pasan de un país a otro con relativa facilidad. Ello nos facilita el hacernos de objetos que nunca antes habíamos visto o imaginado, y dejamos de lado los nuestros, con consecuencias graves para nuestra propia economía, salud, finanzas, educación, cultura y qué sé yo. Nos hemos ido despojando de nuestra auténtica y verdadera identidad como mexicanos que somos, para perdernos en todos esos extranjerismos deliciosos o no, pero que nos han arrastrado a ya no saber ni quienes somos. Al grado de no saber el por qué hacemos esto o aquello.
UN EJEMPLO vergonzosamente palpable, lo leí en una manta en la que el Ayuntamiento de la capital anuncia un módulo de cobro del predial en “El Mall” de la Velaria” hagánme el refavorcabral. Ni siquiera lo escribieron de forma correcta, pues la palabra mall, sola, significa calle, avenida peatonal; quizá quisieron decir centro comercial, lo cual se escribe shopping mall. Es de dar pena ajena que la mismísima autoridad responsable de regular nombres y esas cosas en los comercios, acuda a un vocablo de habla inglesa para anunciar un servicio y que además ni bien escrito está. Doña Tere, le digo que le atore a los elotes a ver si ya da una.
SI A TODO eso le sumamos el desarraigo por la tierra y por la familia, cuando en el pasado la tierra era el motivo para vivir, como lo era también el vínculo de la sangre. Y qué decir de nuestras ancestrales lenguas, que esforzadamente luchan por conservar nuestros hermanos indígenas, los auténticos dueños de este país, cuyo fenómeno de conservación lingüística se da en todas las etnias que todavía sobreviven en el territorio nacional. Territorio que hemos ido destruyendo por meros intereses monetarios debido a la ausencia de trabajo y cuando lo hay, a lo mal remunerado. Y lo más grave aún, la venta en partes por aquí y por allá y acullá tan descarada, pero eso sí, amparada en reformas de oscura legalidad, con beneficio directo, y me atrevo a decir que hasta con dedicatoria a empresas transnacionales mineras, petroleras, etc., bajo nebulosos procedimientos. Y no se diga el arribo de la industria automotriz que está en jauja por los bajos salarios que le pagan al obrero mexicano, que no alcanza el linaje del europeo, norteamericano, japonés y de otras tantas latitudes. Y si le sigo, el espacio no será suficiente para narrar tanto desapego y desprecio por lo propio. Tanta desunión en nosotros como raza. Pero sobre todo, tanto conformismo para seguir tolerando a toda esta caterva de pillos de cuello blanco y diplomas extranjeros, que nos son ni políticos ni gobernantes, sino unos sumisos siervos de los dueños del dinero, lo que los ha convertido en viles traidores vende patrias.
BIEN ME decía hace unos momentos que charlaba telefónicamente con un amigo que ahora reside en Ginebra Suiza, a quien le pregunté cómo veía el panorama de nuestro México desde allá, y bueno, me dice, que da pena saber lo que pasa en México. Por ejemplo, me dice que platicó con un ciudadano de Kosovo, el cual le describió algunas vivencias de la guerra en su país, y los más de veinte mil muertos que dejó ese conflicto bélico. Mi amigo, le contó que aquí en nuestro país cada año hay más de veinte mil muertes violentas, la mayoría de ellas como parte de la disputa de los territorios para el trasiego y venta de droga, es decir, por parte del crimen organizado, y no estamos en guerra. Al menos no reunimos las características o supuestos jurídicos internacionales que se necesitan para poder denominarle guerra, salvo los muertos.
DE ESE TAMAÑO son nuestros problemas, que según mi amigo Javier, en una entrevista que un comunicador español le hizo a García Márquez, hace algunos años acerca de nuestra desmedida violencia y de toda esta desmesura que se viene dando a partir del auge en el cultivo, procesamiento, venta, consumo y tráfico de la cocaína y otros estupefacientes que se siembran y que se dan de óptima calidad en estas tierras americanas, así como muchas otras agravantes. A lo que el premio Nobel respondió: Bueno y por qué no nos dejan que vivamos nuestra edad media, esa misma que ustedes vivieron hace quinientos años. Buena respuesta. La ilustraré con algo que ya había publicado en relación con estos temas, y que fue aquello de que en Suecia estaban cerrando las prisiones por falta de prisioneros, es decir de delincuentes, en tanto aquí las cárceles están sobrepobladas. Es un buen ejemplo del adelanto, en todo, que nos llevan allá en Europa y otros países más.
TODO ESTO viene a colación porque el Aguascalientes de principios del siglo XXI no es el mismo Aguascalientes que conocí y viví a partir de la segunda mitad del siglo XX. No hay punto de comparación, ni nada de que sentirnos orgullosos. Al igual que en todo el país, las muertes violentas ocupan con asidua frecuencia los titulares de la prensa local, así como la detención de vendedores de droga de poca estofa, y decomisos que realiza el ejército y las policías federal y locales en las entradas norte y sur del estado. Y con todo y esto el procurador, los jefes de policía y altos mandos de las fuerzas armadas niegan que en Aguascalientes existan asentamientos del crimen organizado. Ya en una ocasión el gobernador Felipe González había declarado en estos mismos términos, que Agüitas era sólo una entidad de paso para el trasiego de la droga, y el pícaro y audaz político de izquierda Fernando Alférez Barbosa le reviro en un artículo de prensa, que sí, que de paso dejaban aquí la mota, dejaban la coca y que también de paso lavaban el dinero y mataban a los adversarios etc.
QUE NO NOS quieran engañar con esas falsas declaraciones, todo mexicano con dos dedos de frente sabe que la red del narcotráfico o el crimen organizado son uno y la misma cosa. Y que esa cosa es un fantasma que se mueve en la oscura nube de la corrupción y tiene sus tentáculos extendidos a lo largo y ancho del nuestro país. ¡Faltaba más!
PERO MEJOR hablemos de lo bonita que era nuestra ciudad en los cincuenta, con sus calles del centro sin trazó ordenado, y que según se ha dicho que ese trazo sin sentido era una forma de protección ante la incursión de grupos chichimecas a diversas horas del día y de la noche, para complicar los sorpresivos ataques y esquivar las flechas. También la red de túneles que unían casas con iglesias, casas con casas e iglesias con iglesias. Túneles que yo vi con mis propios ojos, cuando hicieron el socavón para el estacionamiento del nuevo Parián, y también el que se hizo en Plaza Patria. Así como el paso a desnivel que pasa frente a la Catedral. Aún quedan tramos grandes que van de viejas casonas a algunas de las iglesias del centro. Según nota de prensa se piensa explotar dichos túneles con fines turísticos. Ojalá sean rescatables algunos de ellos.
EXISTE Y aún es tema de conversación la leyenda del Bandolero Juan Chávez de allá por el siglo XVIII. Pocos datos fidedignos hay de este personaje, salvo que fue de corte conservador y que apoyó a los franceses durante la invasión, lo cual le valió ser gobernador por unos meses. Posterior a ello se dedicó al robo y saqueó en ranchos y haciendas e incluso en poblados a plena luz del día. El pueblo lo llegó a idolatrar por su audacia y sagacidad para evadir la justicia. Se dice, según la tradición oral, que Juan Chávez conocía muy bien los túneles que había en el subsuelo de la ciudad, lo cual le permitía evadir a sus perseguidores. Existe el mito de un gran tesoro acumulado como producto de sus fechorías, que según esa vox populi lo ubica en cuevas no sólo del Cerro del Muerto sino a su vez en el Cerro de los Gallo y no de los gallos como ahora le decimos. El caso es que los túneles adquirieron un valor agregado con ese mito del bandolero Juan Chávez.
Y QUÉ DECIR de los acueductos a cielo abierto como la doble acequia cuyo origen era el balneario del Ojo Caliente con aguas residuales, desecho de los baños y albercas, y aguas limpias directas del manantial que abastecían a los baños de los Arquitos, y cumplían con las necesidades de agua potable que la población requería. El de aguas residuales se bifurcaba por el subsuelo, y con su líquido se regaba el Jardín de la Estación, el de la Plaza de Armas, San marcos y Guadalupe. Estos acueductos todavía deben existir en el subsuelo. Existe otro que nace en la Presa del Cedazo cuyas aguas servían para regar las huertas de los Barrios de la Salud y el Encino incluido el Jardín de éste último barrio; barrio que la industria de JM.Romo casi desapareció por completo, no importándole que era la zona residencial más bonita y significativa y castiza de Agüitas, de donde han surgido varios y famosos toreros, junto con el barrio de San Marcos. Esos Jardines siempre verdes, llenos de flores dentro de las que predominaban las amapolas antes de ser prohibidas por el gobierno, eran espacios donde se socializaba con los vecinos y donde los infantes hacían de las suyas. Amapola, lindísima amapola…
EN VERDAD que era bella nuestra ciudad, y no estoy diciendo en modo alguno que ahora no lo sea, aunque haya perdido más del sesenta o setenta por ciento de su fisonomía heredada de la Colonia. Pero en las décadas de los cincuenta, sesenta y todavía en los setentas los niños jugaban en las calles sin correr ningún riesgo, salvo una que otra caída de consecuencias leves. Por las noches la algarabía de los pequeños jugando a los encantados, o a la roña, al burro 16, el bebe leche. Las tan concurridas y divertidas cascaritas de fut. O el improvisado beis bolito de mano, y muchos otros juegos que escapan por ahora a mi memoria, pero que eran la sana distracción de esa época.
HOY YA NO se ve nada de esto, primero por la gran cantidad de tráfico de vehículos motorizados, y segundo por la inseguridad que campea por todos los rumbos citadinos. Se privilegió el uso del automóvil, con un marcado desdén por los biciclos y peatones. Ahora estamos pagando las consecuencias de esa falta de planeación urbana, generada por la explosión demográfica de las últimas cuatro décadas. El rey de la ciudad: El automóvil, falso sinónimo de progreso y bienestar económico y verdugo de costumbres sanas de nuestra niñez. ¿Y la ley de movilidad? Bien gracias. Será aprobada sin haberla ventilado con nosotros los ciudadanos que finalmente seremos quienes la habremos de vivir y sufrir. (*) Nombre que se le daba o sigue dando a la trilogía de San José, la Virgen María y el Niño Jesús, en el que la futura madre del Crhistós el ungido viajaba en el lomo de un pollino. Eran bellas y delicadas esculturas talladas en madera o bien de pasta o alabastro de diversos tamaños.