Andrea, de 10 Años, fue Secuestrada por Ministeriales

Por Benny Díaz

Fotografía relevante a la nota.

La infancia robada por Felipe Muñoz

No son 19, tampoco son 40 las víctimas de Felipe de Jesús Muñoz Vázquez, el exprocurador que durante años sembró el terror en Aguascalientes para cientos de personas que han denunciado actos de tortura y barbarie, ya que fueron obligadas a firmar confesiones que nunca hicieron. Contó con una estela de impunidad y de cómplices, muchos de los cuales niegan los hechos, o peor, siendo señalados directamente, el fiscal Jesús Figueroa Ortega asegura que son inocentes y, por lo tanto, no se les va a investigar absolutamente nada, menos se les va a fincar responsabilidades.

Pero hay un tema que no ha sido tocado: los infantes que también fueron víctimas, estuvieron privados de su libertad y vieron y escucharon parte de lo que les hicieron a quienes señalaron como culpables de los delitos que al entonces procurador le convenía fabricarles.

Página 24 tuvo acceso a Andrea, quien a sus 10 años fue obligada en diversas ocasiones a hincarse ante ministeriales que le apuntaban a la cabeza con sus armas, le tapaban la cara para ser sustraída de su domicilio y así escuchaba como golpeaban, insultaban y torturaban a su madre.

En algún lugar de Aguascalientes la ahora joven de 21 años de edad relató lo vivido, en momentos con arranques de ansiedad y llanto, porque hasta la fecha no ha recibido ningún tipo de ayuda de parte de la Fiscalía General del Estado, quien ha minimizado el hecho a través de la ya famosa ministerio público Mireya del Carmen García Luévano.

Al estar protegida para que no se conozca su ubicación, además de que la víctima pidió no ser fotografiada por su seguridad, y atendiendo al informe de ONU-DH, Página 24 respetó ese derecho.

El Recuento de los Daños

“Soy Andrea –comienza el relato-, esto sucedió el 3 de octubre del 2011 a las 7:00 de la mañana. Mi tío era quien me llevaba a la escuela porque mi mamá trabajaba como policía municipal y por sus horarios laborales no podía hacerlo. Ese día estábamos en el baño, ella me estaba peinando, cuando escuchamos que tocaban la puerta de la calle de forma muy fuerte, pensando que era mi tío que ya estaba por mí y gritamos: ‘ahí vamos’”.

Pero no era su tío, “siguieron los ruidos muy fuertes y mi mamá comenzó a bajar, iba a mitad de las escaleras cuando se escuchó un golpe muy fuerte y entró un hombre armado, corriendo. Mi mamá gritó e intentó ir a su cuarto, yo no supe qué hacer y entré al baño a donde llegó otro hombre apuntándome con un arma”. Era una niña de 10 años que no entendía nada y sólo veía como el primer hombre entraba en el cuarto de su mamá maltratándola.

A Andrea la sacaron del baño, la llevaron al cuarto de su mamá, “había un balcón que daba a la calle y ahí me paré, entonces subió otra persona, un hombre robusto. Todos vestían pantalón de mezclilla, playera y zapatos de color negro; el que llegó estaba muy gordo y se dirigió a mí apuntándome con su arma y me ordenó que me hincara”.

Mientras la niña tenía el arma apuntándole a la cabeza, escuchaba los gritos de su mamá: “la jaloneaban, golpeaban, gritaban y yo sólo escuchaba y veía”.

No sabe cuánto tiempo pasó así: “Empezaron a subir más hombres –mucho después supo que eran ministeriales-, empezaron a revisarlo todo, sacaban cajones esculcaban, tiraban todo. El gordo me ordenó que le dijera a mi mamá que se calmara o me iba a ir mal a mí”.

Andrea vio cómo esposaban a su mamá, “yo me quería hacer fuerte, fuerte –y llora-, ver como la tenían me hizo paralizarme. Escuchaba que aventaban todo en mi casa, tiraban cosas, sacaron a mi mamá esposada y tapada de la cabeza. Me dijeron que los siguiera y al pie de las escaleras vi que tenían a mi tío boca abajo, con las manos en la nuca y pateándole las costillas entre dos hombres”.

Al tío lo “detuvieron” al momento en que llegó por Andrea para llevarla a la escuela. “Me volvieron a hincar y me quitaron la chamarra del uniforme y me la pusieron en la cabeza. Me dijeron que me tapara, me quitaron el celular que tenía, pero como la chamarra era de tela muy delgada podía ver lo que estaba pasando. Volteé para atrás y vi a mi mamá en el suelo, boca abajo y uno de ellos tenía su rodilla en el cuello de ella apuntándole con el arma a la cabeza”.

Recuerda que “eran demasiados hombres, como 20, repartidos en los cuartos, la cocina, en todos lados y agarrando lo que encontraban. Vi cómo se llevaban unas botellas de licor que tenía mi mamá, a dos cachorros de perro que acababa de adoptar”.

Mientras todo eso pasaba, Andrea escuchó que uno de los ministeriales dijo que “ya nos reportaron, ¡vámonos!”

Traían varias camionetas de color blanco y “primero subieron a mi mamá, luego a mi tío y a mí me pusieron en el asiento de copiloto y el que iba manejando, como yo llevaba la chamarra tapándome la cabeza, me ordenó que me recargara en la ventana y me hiciera la dormida”.

Las Bodegas Naranja

Luego de un rato “vi que llegamos a donde estaban construyendo el Hospital Hidalgo, nos metieron a unas bodegas color naranja que estaban a un lado, había muchos más vehículos y más hombres. Bajaron a mi mamá y a mi tío y a mí me dejaron en la camioneta”.

Hoy Andrea sabe que eran las instalaciones de lo que hoy es Tres Centurias y que en ese tiempo funcionaba como la pensión de la entonces Procuraduría General del Estado.

Sin quitarse la chamarra “nos dejaron encerrados en la camioneta un buen rato a mi tío y a mí. A mi mamá desde el momento en que la bajaron ya no la volví a ver”.

Andrea asegura que “no tuve sentido del tiempo, escuchaba gritos de una mujer, era un golpe seguido de un grito muy fuerte y así sucesivamente. Me asusté, pensé que me iban a hacer lo mismo, sólo escuchaba los golpes y caí en la cuenta de que era mi mamá –vuelve a llorar-; eran gritos y quejidos muy fuertes”.

Se empezó a desesperar “y no sé cuánto tiempo pasó. En varias ocasiones sacaban a mi tío durante un rato y luego lo regresaban golpeado”.

No le dieron agua ni comida, “no supe cuánto tiempo estuve escuchando los golpes y gritos, después esos hombres empezaron a celebrar. Cocinaron carne asada porque olía mucho, reían, gritaban diciendo: ‘lo hicimos, lo hicimos’, después junto con el olor de la carne asada llegó otro, muy fuerte y ahora sé que era mariguana”.

En una de las ocasiones en las que sacaron a su tío, “me quedé sola y me animé a medio quitarme la chamarra de la cabeza, volteé a la parte de atrás de la camioneta y había un arma y botellas de cerveza”.

Luego de eso, regresaron aquellos hombres “y me dijeron que me iba a ir a mi casa, mientras que me agarraban del cuello y me apretaban”.

A la camioneta subieron a más personas, “iban más niños, preguntaban dónde vivían y los iban dejando en ciertos puntos, cercanos a donde vivían; los últimos fuimos mi tío y yo, nos dejaron en la esquina de la casa de mi abuelita”.

Andrea se quitó la chamarra y se dio cuenta que era noche, pero no tenía conciencia de cuántas horas habían pasado. “Llegamos a la puerta, tocamos y otro de mis tíos nos respondió con voz asustada que quién era, le dijimos que nosotros y nos abrió rápido la puerta”.

Entonces le dijeron que eran las 2:00 de la madrugada del 4 de octubre del 2011. La familia vio cómo estaba de golpeado el tío que la acompañó durante su cautiverio.

De todos los hombres que entraron a su casa aquel día fatal, “del que más me acuerdo es del que le apuntaba a mi mamá a la cabeza mientras tenía la rodilla en su cuello: era delgado, con barba de candado y cabello largo, lo sé, porque como dije, la chamarra era delgada y podía ver casi todo”.

Ella y el tío les contaron todo lo vivido a su familia, que para ese momento no sabía el paradero de la madre de Andrea. “Me tuvieron que sacar de la escuela, no salí para nada de la casa de mi abuelita porque prácticamente día y noche estaba una de esas camionetas blancas vigilando, se ponían en la esquina de la calle”.

Hubo necesidad de llevarse a Andrea lejos, con otra de sus tías, en donde “estuve encerrada por meses. No quería ir a la escuela, tenía miedo, tanto que no podía ni salir a la puerta”.

Fue hasta 2017 cuando volvió a ver a su mamá, cuando la absolvieron y volvió con su familia: “Estaba muy cambiada, no la reconocí, sólo por la voz, pero físicamente era otra y no sabía ni cómo hablarle ni acercarme a ella, tardé tiempo para poder hacerlo”.

El Miedo no se va

Durante todos estos años Andrea no ha tenido apoyo de ningún lado, porque su familia estaba enfocada en ayudar a su mamá, luego ella también porque las secuelas que le dejaron son muy fuertes y necesita atención y medicamento especializado.

Por eso ella no ha tenido el apoyo psicológico adecuado para superar ese miedo que le da: “ver esas camionetas blancas, a los ministeriales que ahora identifico muy bien o cualquier ruido semejante a aquellos que escuché aquel día”.

Por eso Andrea también forma parte del informe de ONU-DH, “supe que soy víctima también, quedé mal. No me golpearon físicamente pero me quedaron muchas cosas –llora con más fuerza-, no puedo salir, tengo crisis de ansiedad”.

Hasta ahí pudo contar, la crisis de llanto no permitió continuar.

Se decidió a hablar porque quiere perder el miedo, que se sepa ese lado de la historia de Felipe de Jesús Muñoz Vázquez, porque el secuestro del que fue víctima, aunque fue por horas, también es delito.

Después Andrea se enteró que la usaron para torturar a su mamá, ya que para obligarla a firmar la declaración que no hizo, le decían que tenían a su hija, que la iban a violar y más cosas aberrantes.

Andrea es la hija de Maricela Sánchez Muñoz, “la misma a la que Felipe de Jesús Muñoz bautizó como ‘la Mari’, de forma peyorativa y aunque ella denunció todo esto en su momento ante la juez segundo penal de Aguascalientes y luego ante jueces de distrito, nadie le hizo caso.

Recientemente lo hizo con Mireya del Carmen García Luévano, quien sin empacho alguno le dijo que eso “no era importante, que luego lo veíamos”.

Maricela asegura que Mireya le sigue mandando ministeriales a la casa de su mamá para mandarla citar y “aunque el fiscal lo niegue todas las veces que quiera, hubo muchos involucrados en la tortura que ahora se quieren zafar, pero no. Sostengo y lo voy a hacer siempre, que Juan Antonio Zermeño Romo, el actual vicefiscal de investigación, fue uno de los que participaron en lo que hacía Felipe de Jesús, al igual que Juan Carlos Mayoral, otro al que no le quieren fincar ninguna responsabilidad, pero así como ellos no se cansaron de torturarnos, ahora tampoco nosotros nos cansaremos de denunciar cuantas veces sea necesario, y que no se les olvide: La ONU-DH va a dar acompañamiento, así que solos ya no estamos”.