Por Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez
EL CASO de Brenda Lozano como la elegida para presidir un puesto de agregada cultural en la embajada de México en España ha desatado un debate intenso que por momentos se ha vuelto virulento. Personalmente me llama la atención que ciertas voces del debate nacional han enfocado el caso como una trifulca en la que se está ejerciendo una intolerancia hacia la escritora, basado en una ideología. Todo esto es producto, propongo, de la resistencia de una forma de entender la función del Estado, en su choque con una nueva concepción.
EL SECTOR que denuncia intolerancia ideológica de parte del Gobierno de la 4T asegura que el Estado es meramente un aparato administrativo, cuyo objetivo es la eficiencia para resolver ciertos problemas burocráticos. Cualquier intromisión ideológica en ese proceso –dicen– es negativa. El problema con este sector no es únicamente que su visión del Estado empata muy bien con la tecnocracia dominante durante el periodo neoliberal, sino que, peor aún, hace pensar que esa opinión que esgrime no responde a ninguna ideología, cuando precisamente forma parte de una concepción del mundo.
EL TRIUNFO de una visión del Estado como mero aparato administrativo se volvió dominante (es decir, permeó en todas las capas sociales y se volvió sentido común), porque un grupo con tal concepción tomó en sus manos el poder estatal, y ejerció día y noche todo tipo de acciones para convencer e imponer sus ideas al conjunto social.
NO HAY argumento que desenmascare esta “ideología sin ideología” que no sea tachado efectivamente de ideológico por sus adeptos. De ahí lo difícil de matizar, debatir y exhibirla públicamente. Sin embargo, considerando que estamos en un momento de ruptura, que propone una regeneración de nuestra vida pública bajo ciertos parámetros semejantes a otras transformaciones a lo largo de la historia, se debe hacer un par de apuntes para entender exactamente el caso de la susodicha agregada cultural.
EN PRIMER lugar, la ocupación de los espacios burocráticos no solamente es una pelea por recursos o cuotas políticas. Para una transformación ello es esencial porque el Estado y sus instituciones son por excelencia el campo de batalla ideológica, a través del cual se legitima un orden social, político y económico. Esto lo saben perfectamente los grupos que implementaron el neoliberalismo durante décadas, aunque nunca lo digan de esa forma.
EN SEGUNDO lugar, toda transformación debe tener detrás de sí un programa para renovar la sociedad y ese programa es en esencia un conjunto de ideas, preceptos y principios sobre lo que son las relaciones sociales, la economía, los medios de comunicación, la familia, etcétera, y que ejercen aquellas personas que han asumido la tarea de involucrarse en ese campo de batalla ideológica que es el Estado.
POR LO tanto, las críticas a la agregada cultural no son actos de intolerancia, sino episodios de la batalla ideológica esperada en cualquier democracia que se toma en serio reformarse para el bien de todos sus sectores, sobre todo de los más desfavorecidos. Calificar de intolerancia a este acto sólo revela la falta de debate auténtico en ciertos personajes de la vida pública, quienes ven cualquier desacuerdo con ellos como una afrenta (a su poder) personal. La todavía agregada cultural seguirá teniendo toda la libertad, los derechos y los medios para manifestar su desacuerdo con la transformación, como lo ha venido haciendo antes de ser considerada para el puesto.
ESTE CASO es semejante a muchos otros que se están dando de manera pacífica, pero intensa, en la discusión pública, como debe ser en cualquier democracia real. Por eso creo que hay que ponerle la suficiente atención y no trivializar: cada espacio perdido o ganado es un paso atrás o adelante en la transformación.