Por Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez *
ES FÁCIL hablar de una transformación; otra cosa es tomarse en serio el llevarla a cabo. En su largo camino como líder social y político, sin duda Andrés Manuel López Obrador se lo ha tomado muy en serio. Su firmeza y perseverancia han sido inspiración para los que lo han acompañado. Sin embargo algunos sólo ven una parte de su destreza. Se ha ignorado, en nombre del idealismo, que Andrés Manuel ha sorteado todo tipos de obstáculos controversiales y contradictorios. Se ha ignorado que parte de su estrategia fundamental ha sido convencer a otros actores y sectores de sumarse al proyecto de nación. En otras palabras: no ha temido abrirse con otros personajes que incluso se han mostrado contrarios al proyecto nacional para incluirlos y volverlos parte de los trabajos, los planes y las decisiones. En esencia: ha demostrado en todo momento que la política como herramienta de bien común es la verdadera democracia.
LLEVAR A la política a su esencia no es fácil, porque precisamente hay que lidiar con las mafias que ven por intereses propios. En eso radica en parte el proyecto transformador de Andrés Manuel: articular una política que persuada a todos los sectores de trabajar por el bien de todos, pero priorizando siempre a los más pobres. Tal articulación no se podría lograr sin entablar un diálogo entre los diferentes grupos de la sociedad sobre sus coincidencias y diferencias. Eso lo ha demostrado Andrés Manuel a lo largo de su peregrinar: no basta la indignación, no basta el enojo, no basta coincidir con tus amigos. Como todo verdadero revolucionario se dio cuenta que él solo y su movimiento (el obradorismo) no podría llevar el cambio anhelado (crear una nueva hegemonía basada en el bienestar social) y convenció a nuevos actores –de todo el territorio y de todas los sectores– a incorporarse. De ahí que su estrategia a nivel macro fuera visitar todos los municipios de México y que la micro sea ir puerta por puerta para hablar con la gente de frente. Tal forma de hacer política es la esencia histórica de la democracia, que por sí misma, al practicarla, puede llegar a desenmascarar a los antidemocráticos, a los anti-política o a las mafias.
TODO ESTO lo planteo porque las diferencias en Morena por la selección de candidatos aún no cesan en plenas campañas. Se entiende el enojo por las decisiones tomadas, se entiende la suspicacia ante algunos candidatos, se entiende la indignación. Las diferencias siempre están a la orden del día. Sin embargo, me parece que nada puede estar por encima del objetivo de consolidar la transformación nacional. El deber de todo militante es hacer la transformación, no empeñarse en pelear un puesto o una candidatura. Y hacer la transformación es reconocer en los momentos álgidos de la batalla (como lo son las elecciones actuales) que hay un adversario enfrente: el conservadurismo, fragmentado en múltiples partidos que por años han dañado sistemáticamente a nuestra sociedad y que siguen pegados a las instituciones, denigrándolas; es reconocer que la esperanza es Morena: esa coalición donde lo que une no es el origen de cada una de las voluntades, sino el ideal compartido de transformar; es reconocer cómo tus talentos e ideas pueden servir en la coyuntura para vencer. Por eso el mismo Andrés Manuel hablaba de que en tiempos no-electorales actuaremos como movimiento, mientras que en tiempos electorales somos partido.
POR ESO sigo apoyando la transformación: porque a pesar de los errores y las diferencias hacia dentro, hay un proyecto de largo aliento que sigue dando sus frutos a la sociedad entera, al pueblo, quien –por eso mismo– sigue confiando en el partido fundado por Andrés Manuel. No podemos fallarle por intereses personales.
* Historiador y militante del Movimiento de Regeneración Nacional.