Por Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez*
“LA MEMORIA, donde se le toque, duele”, escribió Giorgio Seferis. El disgusto, la perplejidad y la burla ocasionadas por la carta que el presidente Andrés Manuel López Obrador envió al Rey Felipe de España, solicitando se realizara una relación de los agravios contra los pueblos originarios durante la llamada “Conquista de México”, se puede resumir en que hondamente provocó todo, menos indiferencia. Efectivamente, hay algo que no aún no ha sanado en las relaciones entre México y España, y es lo que ahora se trata de remediar con la carta. Pero no es sólo una cuestión diplomática o un trámite burocrático. Hay un tipo de realidad que ha tocado los filamentos más sensibles de las sociedades mexicana y española, un enunciado que no es producto de un simple razonamiento lógico o matemático. Tampoco es un simple acto de simbolismo (como unos comentócratas lo quieren ver); es un hecho que confronta a diversas subjetividades, legas y especialistas.
ESTO ES así porque la carta estimuló un fenómeno relacionado más con la memoria que con la historia. Me explico. La historia y la memoria no son lo mismo. Ambas trabajan con el pasado, pero por caminos diferenciados. La memoria es primigenia y mitológica, esencial en la organización de las comunidades humanas, forma relatos para crear lazos identitarios, una tradición que se va acumulando con nuevas anécdotas, que se transmite de generación a generación por la oralidad y que mantiene vivos los orígenes. En la memoria la línea entre pasado y presente es muy delgada, por ello lo que dice Seferis al comienzo de este artículo. La memoria habita lo cotidiano.
POR OTRA parte, se puede asegurar que la disciplina de la historia en parte nació para diferenciarse de la memoria. Pasó mucho tiempo para que definiera bien sus límites y que incluso quisiera de alguna manera contener la vida desaforada de la memoria. Así, a lo largo de tiempo, gracias al avance tecnológico, la historia ha desarrollado nuevos métodos y técnicas que le permiten entender de manera más científica lo sucesos del pasado. El objetivo de la historia no es crear identidad, es comprender, analizar, ahondar en los archivos y las bibliotecas, revisar, criticar. El hábitat de la disciplina de la historia son las aulas y las universidades.
LA VERDAD es que los límites entre la historia y la memoria se han ido difuminando de nuevo desde hace algunas décadas, provocando en ocasiones una crisis de identidad en ambas. Con la aparición de los medios audiovisuales y los movimientos sociales de las minorías iniciada desde la década de 1960 en Occidente, la memoria ha ganado un terreno importante. De hecho, en esto debemos de buscar las razones de la animadversión contra la carta de AMLO. Es una cuestión en que la memoria y la historia se confunden. No es algo que se pueda leer simplemente desde las herramientas de la historia, como algunos quieren verlo, al señalar correctamente que para el año de 1521 (cuando es conquistada Tenochtitlan) México y España no existían como naciones.
LO QUE sucede es que hay una lectura sesgada del hecho. Como nos tiene acostumbrados, la comentocracia deja de lado varios elementos, en esta ocasión: la memoria y su más reciente relación con la emergencia de las identidades socavadas por siglos, como sucede con los pueblos indígenas. Donde la comentocracia cree ver un nacionalismo ramplón de parte de López Obrador, otros, los más cuidadosos, ven que el presidente lo que solicita no es perdón a México, sino una relación de agravios contra los pueblos originarios que habitan el actual territorio mexicano. Es decir, hay un claro deslinde de parte del gobierno mexicano de asumirse como representante de estos pueblos. Esto es más claro cuando el presidente también aclara que pedirá perdón a estos pueblos y a otros (como el chino) por los agravios contra ellos cometidos por el Estado mexicano. Ya tendremos más detalles cuando el mandatario revele por completo el contenido de la carta, como la anunció el lunes 8 de abril.
*Historiador