Por Adrián Gerardo Rodríguez*
SON TIEMPOS de cambios políticos minúsculos, de quema de símbolos y del nacimiento de otros. El nuevo gobierno, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, va caminando con pies de plomo sobre un terreno sembrado de minas por un régimen que se niega a morir, y que ante su posible fin, busca manchar lo más posible la trayectoria de aquel. En el transcurso de estos cambios, algunos se desesperan ante su lentitud, quieren que el universo político completo, de un momento para otro, cambie. No son culpables por desconfiar y demandar prontitud en los cambios prometidos, pero se equivocan cuando piensan que sólo bastó con ir a votar el julio pasado y esperar. Aún viven en los esquemas del viejo régimen. Pero si para ellos el camino es incierto y claroscuro, para otra parte de la población no lo es, porque conoce lo titánico de la tarea, porque sabe que el camino de la transformación está delineado por un proyecto de nación, y que los cambios verdaderos toman tiempo si las vías elegidas son las pacíficas y legales.
INEVITABLEMENTE ESTO ha generado polarización en la sociedad. Las confrontaciones se han colado a todos los rincones de la vida cotidiana, incluso más allá de las redes sociales. No falta una familia que discuta en la mesa de la comida o los amigos que se reclaman unos a otros algún tema controversial del gobierno, no faltan que los compañeros de clase opinen apasionadamente sobre ello. Es normal ahora que unos ya prefieran ahorrarse comentarios para evitar alguna disputa. Mientras que otros han optado por no discutir y cerrarse, otros más eligen hablar bajito, para después darse cuenta que ese desconocido que está a un lado de ellos en la calle, piensa igual.
ESTO ES así porque la Cuarta transformación ha orillado a mucha gente a salir de sus lugares de confort (familia, amigos, compañeros), para disentir y participar en el cambio, para adherirse o estar en contra del nuevo gobierno, para estar favor o en contra de una decisión. Por eso algunos sienten que aún estamos en campaña. La nueva democracia radical se siente así: el pueblo en todo momento discutiendo. Poco a poco se ha esfumado el espacio preferido del antiguo régimen: las medias tintas. Ahí se podía opinar sin temer perder alguna relación de amistad. Existía una uniformidad política que era el terreno fértil para la indiferencia, o peor, para la simulación. La objetividad, de raíz racionalista y detentada por la élite ilustrada del neoliberalismo, va desapareciendo a favor de una subjetividad que permea diferentes extractos sociales y obliga a retirar las máscaras.
NO DE OTRA cosa fue víctima el historiador Enrique Krauze, al darse a conocer su participación, junto con otros empresarios, en la llamada “Operación Berlín”, una campaña negra orquestada contra AMLO en las pasadas elecciones, que con recursos privados financió noticias falsas para atacar y desprestigiar. En el centro de las complejas fuerzas sociales que se han estado definiendo para dar paso a un nuevo régimen, en las confrontaciones cara a cara, como debe ser en la política, el historiador pensó que todavía podía operar como antes: como un agente liberal y demócrata por fuera, pero reaccionario por dentro. Esa forma de actuar ya no sirvió en el nuevo contexto que estamos viviendo. Otros personajes más avispados alcanzaron a definirse abiertamente, otros saben que deben hacerlo si realmente quieren presentarse como una oposición real.
ALGUNOS, MUY pocos, pensarán que Krauze es víctima de una revancha personal de AMLO. Pero ello es producto de prejuicios: el verdadero responsable es la Cuarta Transformación, un movimiento de masas informada. Krauze cayó por la inercia de privilegios caducos, como muchos otros personajes han caído en las grandes transformaciones sociales. Algunos dirán que la historia lo juzgará, otros que el poder judicial es quien tiene la última palabra.
* Historiador