Por Adrián Gerardo Rodríguez
A TODOS sorprendió el acuerdo tomado en el Senado de la República para la aprobación de la Guardia Nacional en días pasados. No por el hecho de la aprobación misma (se esperaba), sino por el consenso absoluto para ello logrado por todas las fuerzas políticas legislativas, incluyendo a los colectivos de la llamada ciudadanía organizada. ¿Cómo se debería tomar este hecho extraordinario dentro de la naciente y renovada democracia que busca construir el nuevo gobierno?
POR UNA parte, por el momento parece que se ha superado la crítica constante articulada por los colectivos ciudadanos en torno a que el poder legislativo no escuchaba sus recomendaciones. Parece entonces que efectivamente se está viviendo una nueva etapa de la democracia, y que los ejercicios de las Audiencias Públicas de la Cámara de Diputados y del Parlamento Abierto en la Cámara de Senadores, además de los tres meses de discusión, han logrado su cometido. Como tal se puede ver un hecho realmente histórico en nuestro país, pero que por lo mismo, anima a revisar cuidadosamente los elementos que mantienen el consenso.
ENTRE ESTOS elementos están el tipo de mando de la Guardia Nacional, la actuación temporal de las fuerzas armadas en tareas de seguridad mientras se consolida la nueva corporación, el fuero civil con que será juzgada, los controles institucionales de su actuación y el fortalecimiento de policías municipales y estatales. De todas estas, quizá el de mayor polémica, es el mando, que se estipula en el Senado será civil, y no militar, como pasó desde la Cámara de Diputados. En este sentido, ya el presidente señaló que él tiene la facultad de definir el tipo de mando, algo que indica se hará de manera transparente, manteniendo con ello en suspenso a todo el mundo.
SI EL PRESIDENTE se decide por el mando militar, además de ser congruente con su estrategia política que ha manifestado sin ambages de apoyarse en la disciplina y el compromiso de las fuerzas armadas en varios rubros, sería sin duda una acción que beneficiaría a nuestra democracia. No se trataría de acabar con el sueño de un consenso histórico, sino aceptar el conflicto como parte esencial de la democracia, asimilar y no olvidar el antagonismo como punto ineludible de los mismos acuerdos tomados (claro que hago referencia con esto a Chantal Mouffe). Al mismo tiempo, con ello el presidente mandaría un mensaje contundente sobre la responsabilidad política y la importancia de hacer del Estado la arena primordial de la democracia y los acuerdos. Lo explico.
EXISTE UNA inquietud legítima entre los sociedad que votó por Morena de que la Guardia Nacional se convierta en una figura que fracase como lo hizo la Policía Federal, esto debido a los candados que con buena o mala intención, se la han puesto a la nueva corporación al escuchar recomendaciones de los colectivos ciudadanos, como Seguridad Sin Guerra. Efectivamente, escuchar no significa acatar. No es un simple capricho personal. La decisión última en la política la deben tener los representantes en quienes la sociedad ha depositado su confianza. Suponiendo que el nuevo modelo de seguridad fracase, el costo político recaerá en ellos y el pueblo se los demandará. Sinceramente nadie volteara a ver los colectivos ciudadanos, quienes al mantenerse al margen de las representaciones políticas, podrán dormir tranquilos. Incluso, al mínimo cambio en el consenso histórico logrado (como parece habrá), ellos saldrán a repetir que no fueron escuchados. Por eso, quizá el presidente no los mencionó entre los agentes que lograron la aprobación de la Guardia Nacional. Por eso mismo, es sano se decida por un mando militar.