La Niña y el Caballero
Por Carlos Alberto Sánchez Villegas *
EL TIEMPO transcurría más lento de lo normal, mientras que por la ventana podían observarse las densas estelas de luz que los relámpagos iban dejando en su aparecer. La niña en su habitación no podía más que esconderse debajo de las sabanas, no sólo por la fuerte tormenta y el crujir de la vieja casona, sino por los lamentos, aquellos que había estado escuchando durante noches enteras, eran ruidos de tormentos que se acrecentaban con la luz de las velas.
LA PEQUEÑA niña de aproximadamente ocho años se había mudado a la vieja casona tan solo un mes atrás y prácticamente desde la primera semana la niña había notado que no todo iba normal en aquel antiguo recinto, había ruidos que no podía explicar, pero, sobre todo, lo que más miedo le generaba eran los llantos que noche tras noche se dejaban escuchar para ella. Los llantos de un alma en pena.
TRAS UN largo mes la pequeña por fin se decidió a encontrar el origen de aquellos llantos, espero la noche y con ella los primeros lamentos; bajó hacia la gran sala, y debajo de un retrato antiguo que dejaba ver el rostro de una bella doncella encontró, primero como una sombra y después como algo más nítido la figura de un triste caballero que lloraba, en una de sus manos portaba una flor marchita y en la otra una pequeña caja, al reparar en la niña el caballero no se sorprendió simplemente le brindó una sonrisa sombría y siguió mirando aquel retrato por el cual se podía percibir sentía un gran dolor.
DESDE ESA noche la niña dejo de sentir miedo, más bien lo que sentía ahora era una profunda pena por el joven caballero, aquel que no podía descansar en paz de tanto que lloraba por su amada perdida en la muerte. El tiempo continuó su caminar, hasta que un día la pequeña se animó a preguntar al caballero como había perdido a aquel amor al que tanto le lloraba.
SIN MÁS reparaciones el fantasma comenzó su historia, un relato de amor de esas que tanto escuchamos. El caballero habitaba en la casona y estaba a punto de casarse cuando el destino trágico le arrebato a su prometida por medio de un envenenamiento; de eso habían transcurrido años, décadas, una cantidad de tiempo que ya ni él mismo recordaba. Lo único que alcanzaba a recordar es que murió solo en esa casa y cada uno de sus días en vida y muerte se la pasaba llorando por ella. Su lamento había provocado que numerosos inquilinos salieran de esa casa no por miedo, sino porque no aguantaban más el constante lloriqueo noche tras noche.
ASÍ FUE como la pequeña se acostumbró a los ruidos infernales que el caballero fantasma hacía cada noche, hasta que sus padres también lograron percibirlo; sólo un mes más aguantaron en aquella casa, no podían soportar tanto llanto y tristeza de aquel joven herido. Y así como cientos antes de ellos, estos inquilinos también salieron huyendo de los insoportables chillidos y lamentos, no sin antes dejar un hondo recuerdo en la pequeña, que la llevaron a pensar en las desventajas de enamorarse perdidamente de alguien.
* Historiador, escritor y columnista. Egresado de la Universidad Autónoma de Aguascalientes