Por Adrián Gerardo Rodríguez Sánchez
UNA FUERZA amalgamada. Se canta un himno. La misma fuerza se despliega ante los ojos entre lo fijo, entre desplazamientos; entre luces y sombras personas esparcidas en avenidas, en una plaza, sobre carros. Hormigueo. Un rostro estático con boina, con esperanza, después de la lucha, mira el horizonte. Es la noche. Quién sabe cómo. Es la muchedumbre que entona al terminar de cantar: “Viva México: ¡viva! Viva la Constitución: ¡viva! Viva la Soberana Convención Revolucionaria: ¡viva! Viva el pueblo de México: ¡viva!”. Es una asamblea cualquiera de aquel verano o quizá la famosa ceremonia del Grito de Independencia organizado de manera autónoma por el movimiento social de 1968, la noche del 15 de septiembre, y al que asistieron –se dice– más personas que la convocada por el gobierno… símbolos históricos de la nación nacían de una alegría. Así cuenta que sucedió Leopoldo López Arretche, él que lo vivió, que lo registró y lo alcanzó a exponer en su documental El grito. México, 1968 (1968), para después suicidarse.
“PORQUE LA alegría poblaba el movimiento del 68” –me dijo un amigo. ¿Qué fue eso? José Revueltas, envuelto en el entusiasmo crítico, lo puso por escrito: “el verdadero propósito fue ejercitar una democracia como jamás se había visto en el país; fue un movimiento democrático colectivo en el que se unieron todas las ideologías, desde los cristianos hasta los de extrema izquierda”. Fue eso: una democracia radical, espontánea, lo que se vivía en 1968 en México. Una democracia alimentada de todos las clases sociales, que bebía de una historia propia, mezclada con una historia latinoamericana, forjada en el seno de un Estado que alguna vez creyó en la redención de las masas y que después, espantado ante su creación, la abrió y la desangró. De aquello sólo recordamos el fatal desenlace, la noche de Tlatelolco, se nos ha olvidado la luz del proceso, esa alegría, quizá ingenua, pero sincera, comprometida con causas comunes, que se desarrolló durante varios meses.
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LO QUE sorprende es la capacidad de los integrantes del movimiento del 68 para disputarle al Estado mexicano el monopolio de los símbolos de la nación: personajes históricos, himno, acontecimientos y fechas de la historia nacional eran invocados, impresos y repartidos con ímpetu entre la gente. No había reparado en ello hasta que ví el comentado documental de López Arretche, así como la película de Carlos Bolado: Tlatelolco. Verano del 68 (2012). Ello fue un síntoma del carácter reformista del movimiento, nunca revolucionario. La democracia, de base ideológica ampliamente diversa, era su aspiración medular, así como el Maderismo en su momento, así como el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Los tres hunden sus raíces en la experiencia democrática nacional. Una experiencia radical, como ya se dijo.
PERSONAS EN las redes, en la familia, opinólogos en los medios, ven en Morena al PRI. No se dan cuenta, que en tanto movimiento social, trabajado desde abajo, articulando alianzas con amplios sectores sociales, Morena, como en su momento el Maderismo y el movimiento 68, le ha disputado la historia al Estado construido por el PRI. Si Morena ha arrasado es gracias a un discurso sencillo, apoyado en propuestas claras y en valores morales aprendidos de la historia nacional. Así como en 1910-11 y 1968, hoy la alegría está del lado de Morena.
SE DIRÁ que aquellas dos experiencias históricas tuvieron un desenlace sangriento y que la democracia radical siempre ha sido un problema para México. En ese sentido, quienes fomentan el miedo infundado a Morena, se diría que son de la misma estirpe que aquellos que decidieron terminar con la vida de Madero en 1913 y con la vida de mujeres, niños, ancianos y jóvenes el 2 de octubre de hace 50 años. Le temen a la democracia, a la alternancia, porque perderán su influencia económica y política. Se trata de una élite que puede llegar a convencer a otros grupos de la población del supuesto peligro de cambio de régimen, y con ello cimentar las bases para legitimar un fraude o algo peor. Sin embargo tampoco cabe abonar el miedo con el miedo. Hay alegría. “¿Por qué tanta alegría?” preguntarán algunos, propios y extraños. Porque sufrimos de aquello que escribió Marguerite Duras pensando en el Mayo Francés:
“NOSOTROS, LOS del 68, somos enfermos de la esperanza, la esperanza es lo que se confía a las funciones del proletariado. Y a nosotros, ninguna ley, nada, ni nadie ni nada, nos curará de esa esperanza”.