¿Cuántas Flores Caen en una Hora?
Por Lenina Nereida Ortiz García
LAS FLORES violetas caían como gotas de agua motivadas por el viento a golpear cabezas y regar los jardines de morado. Un gato asoma la cabeza entre un arbusto contemplando la caída, mueve una pata como queriendo alcanzar una flor que cayó cerca, pero es más su flojera, desiste y permanece echado dentro del arbusto.
LOS NIÑOS juegan a ver quién atrapa más flores, pero uno de ellos se rinde ante la molestia de una basura en el ojo. La jacaranda sigue meciéndose, el viento no da tregua y acelera la ya de por sí efímera existencia de la floración.
LOS BOLEROS echan carcajadas mientras lustran los zapatos, algún chiste pícaro habrán contado. Pasan unas mujeres con sus niños de la mano junto a la fuente y de vez en vez las manitas traviesas se sumergen y salpican el agua.
YO ESTOY aquí sentado esperando a que llegue Flor, como todos los días a la hora del almuerzo nos encontramos en la misma banca, no es exagerado decir que la mayoría de las veces está vacía, como si la gente desconocida nos la reservara siempre. Flor trabaja en un banco cercano a esta plaza, yo trabajo en una tienda departamental y nuestra hora de almuerzo coincide, así nos conocimos. Un sujeto de traje ridículo color rojo y botones dorados, y una mujer nada ridícula, bastante neutra con traje sastre color negro, ambos comiendo una torta o un sándwich.
EL DÍA que nos conocimos había mucha gente, era primavera y las jacarandas estaban en flor, era un día bastante tranquilo y algo caluroso. No siempre compartíamos la banca, por lo general ella se sentaba en una de al lado o en otra que estaba en frente, pero ese día no había opción, se acercó y me pidió permiso para sentarse a mi lado, recuerdo perfectamente su rostro, que iluminado por los rayos que atravesaban los árboles, su piel adquiría una tonalidad rosada. Sonreí y le dije entre risas que su cara estaba morada, para mi sorpresa, lo tomó con la misma tonta gracia de mi humor, y agradezco tanto mi simpleza de aquel día, pues bastó para romper el hielo y tener nuestra primera conversación.
EN LA TEMPORADA de lluvias cargaba con unas botas, y un día quiso subirse con uno de los boleros para que se las limpiara, al momento de bajarse de la silla pisó en falso y cayó al suelo, por desgracia se torció el cuello, y para mi desdicha, porque estuvo incapacitada dos días, mismos que no pude verla a la hora del almuerzo.
QUIÉN IBA a imaginar que dos empleados, que se conocieron de la nada se casarían. La manera en que le propuse matrimonio fue de lo más común y aburrida, como nosotros mismos. Fingí que tiraba una botella de plástico a la fuente, ella enfurecida corrió a recogerla, y para su sorpresa algo tintineaba dentro, claro, el anillo, ¿qué más?, nada sorprendente lo sé.
YA CASADOS a veces jugueteábamos en el almuerzo, ella llegaba y se sentaba en otra banca fingiendo no conocerme, luego me lanzaba una mirada burlona y soltábamos una risotada. Otras veces nos poníamos a contar las flores que iban cayendo hasta que se terminaba la hora del almuerzo, nos gustaba contemplar a la gente, inventarles nombres e historias, nombrar a los gatos que viven en los arbustos como si de nuestros hijos se tratara, un Teodoro, un Misifus, una Gatundra, porque era blanca como la nieve. Imaginar los diálogos de los boleros cuando se reían “Ya le digo Don José, mi mujer me encontró una revista pornográfica y ya se imaginará…”.
HOY NO llegas Flor, y ya falta poco para que termine la hora del almuerzo, me tienes aquí observando todo esto que era de los dos, podría molestarme pero no hay remedio. Hace tiempo que dejé el trabajo Flor, me fui a otro lado, pero a veces paso por el banco, hay una mujer mal encarada en tu lugar. Todavía recuerdo tus últimas palabras, me preguntaste cuántas flores cayeron la última vez que las vimos y yo me limité a contestarte con un “no sé”. ¿Cómo voy a enojarme contigo Flor? Sólo porque no llegas. No importa cuántas flores caigan a la hora del almuerzo, sé que no volverás a contarlas conmigo.