Tu Nombre
Por Lenina Nereida Ortiz García
APURADA ENTRE los transeúntes, apunto de cruzar la calle, escuchó un nombre. Hacía tanto que no lo oía, que dudó si era a ella a quien le hablaban. No, no era a ella, era a él, no podía tener otra imagen en su mente en esos instantes más que los de aquél que la nombró así por tantos años. ¿Será verdad que nos pertenece nuestro nombre?
DETENIDA ESPERANDO la luz verde peatonal, volvió a escuchar el nombre y alguien que se detenía justo detrás sujetando su hombro, se trataba de una vieja amiga de su adolescencia. Entonces sí era a mí, pensaba, era mi nombre. Sumergida en sus pensamientos se despidió cordialmente de la amiga y siguió su camino.
¿CUÁNTAS VECES me nombraste así, Miguel? Primero besaste la cicatriz de Marlen, luego las manos tersas de Carolina, los labios de Marina, los pechos de Samantha, y quién sabe cuántas manos, ojos, cuántos lunares más besaste y te inventaste. Sí, porque Miguel es de los que se creen especiales y novedosos en sus relaciones, Miguel busca a las mujeres con dos nombres, le gusta porque puede nombrarlas por su segundo nombre o por el que menos las llamen y así dotarlas de atributos especiales que enaltezcan a la susodicha en turno. Pero la realidad es más perturbadora, Miguel es ladrón de nombres y puede llegar a robarte el alma si así lo deseas, lo bueno es que no lo ha logrado en su totalidad.
TODO ESTO lo recuerdo cada vez que escucho tu nombre. Me llamo Náyade, es uno de mis nombres, da lo mismo mencionar el otro, aquí sólo existe Náyade, la ninfa de las aguas dulces, de los ríos donde tanto te gusta ir a nadar Miguel, te gustan las aguas claras, puras y poco profundas, según la mitología las Náyades no permiten que cualquiera se bañe en sus aguas, pero tú eres único, por quién sabe qué razones, sólo tú puedes entrar al río. Soy tu ninfa y por lo tanto soy tu musa, te encanta hablar sobre mí, de los chocolates blancos que tanto me gustan, de mi personalidad pueril y distraída, tan dulce. Me amas, y me lo dices cada que puedes. Soy hermosa, mi cabello son las propias ondas del agua, son el cauce del río, podrías sumergirte en él. Mi piel es la más hermosa de todas y quieres besar cada parte de mi cuerpo. Me encanta nadar contigo, disolverme en el agua todo el día. Eres mi protector pues yo soy demasiado frágil. Mi felicidad depende de ti Miguel, la felicidad de Náyade depende de ti.
SÍ, MIGUEL, debo admitir que hay días en los que aún vivo contigo cuando me nombran, días en los que no entiendes mi gusto por lo antiguo, por la tranquilidad, siempre te dije que debí nacer en décadas pasadas, donde permanecería toda la mañana en casa escuchando música en el tocadiscos. Los domingos, mientras sales a nadar, saco algunos discos que eran de mi madre, escucho uno tras otro hasta la hora de comida. Hay días en los que no entiendes que me gusta el chocolate amargo, insistes en llevarme chocolate blanco. Vivimos juntos y no comprendes que no me agrada el color rosa en la ropa, pero insistes en que me ponga el vestido rosado que me compraste, no me sienta nada bien. También te aferras a llevarme al río contigo, y te molestas porque no entro al agua a pesar de que sabes que le tengo miedo y prefiero observar. Otros días cuando volvemos del trabajo, me cuestionas al preparar la comida y te sorprendes porque resulta bien hecho, ¿A caso olvidaste que por mucho tiempo hice de comer en casa de mis padres? ¿No te dije que mi madre siempre me enseñaba todo tipo de consejos en la cocina? ¿Cuántas veces debo repetírtelo, me escuchas?
COMENCÉ A molestarme de tu fantasía y quise poner tus pies en mi tierra, en mi patio lleno de flores, de rosas, de astromelias, claveles y crisantemos, y muy en el fondo aquellas flores amarillas que nunca me gustaron desde que me las regalaste pero que quise conservar para no hacerte sentir mal, siempre te dije que no me gustaban cuando pasábamos por la florería, pero aun así las llevaste, pues le gustaban a tu Náyade, son las que florecen a la orilla del río.
NO TE GUSTABA mi jardín, no te gustaba que mostrara mi verdadera cara, la que siempre existió. Comprendí que alguien te lanzó mi corazón como cascabel al gato, para que jugara con él cuanto quisiera, hasta que en determinado momento se aburriera y se quedara dormido, al despertar tal vez volvería a jugar, tal vez no. Te pareció peculiar que alguien se llamara Náyade, y el hecho de que casi nadie me dijera así, te enamoró, fue amor a primera vista. A veces Náyade no existe, y cuando te dejé Miguel, sentí que dejó de existir para siempre, casi me vuelves loca, hubo momentos en que me sentía otra persona, me forjaste una identidad falsa que sólo te pertenecía a ti. Es por eso que ahora, cuando alguien me llama así, me siento extraña, no sé a quién le hablan.
IGUEL, TU no conoces ni la mitad de lo que te conozco yo, ni lo que te conocen Samantha, Marlen o Carolina, nos acostumbramos a que creyeras que nos conocías, a que crearas en tu mente una imagen única de cada nombre, un significado según tu criterio, o lo que más te convenga. Nos acostumbramos a ser ficticios, y no te importaba que saliéramos heridas. Así que te corresponde por lo menos deshacerte de los recuerdos falsos que tú mismo creaste.
JALÁ QUE seas feliz, Miguel, y que recuerdes a la persona que no se define por tu nombre, la que está aquí en la tierra, aquella que en el fondo sabías que te tenía un amor sincero. Mi nombre es Fernanda, Náyade Fernanda, me llamo así porque a mis padres les gustó. Hubo un tal Miguel que se robó a Náyade, a veces la devuelve.