El Sueño del Sauce

Por Lenina Nereida Ortiz García

Sauce llorón, de Claude Monet

Sauce llorón, de Claude Monet

ERAN CASI las nueve de la noche, los familiares se habían retirado, sólo su madre permaneció más tiempo para hacerle compañía, hasta que se diera la resolución definitiva.

SALGO DE un hangar ardiente, me dirijo a una calle adornada con arcos de colores, las aceras se mueven transportando cubetitas rojas llenas de bloques armables, de esas que traen los niños con tapadera en forma de reloj, en cada esquina hay una persona que las va juntando, y al mismo tiempo va armando castillos, caballos y casitas con los bloques, después, como si fuesen defectuosos los arroja a una fosa en medio de la calle y se funden emanando mucho fuego. Camino para alejarme del calor que no soporto, más adelante hay un parque que tiene un lago artificial, me dirijo a él y me siento a la orilla, veo mi reflejo en el agua y me percato de mi vestimenta, es la de un niño, pero la ignoro. En el pasto, todo está fresco, sin embargo siento mi cabeza un poco tibia. Se hace noche, sigo sentado observando el agua oscura que de pronto se vuelve río, con la corriente rapidísima. Al otro lado del río se observa la sombra de un sauce que se mece suavemente con el viento. Meto los pies al río y su fuerza es suficiente para darme una voltereta sobre el pasto.

ESTOY TIRADO boca abajo y siento mi espalda fría, no me quiero levantar; me quedo dormido y comienzo a soñar. Estaba en la universidad, llorando por no sé qué razón, me sentía con mucho frío y con las lágrimas tendidas hasta el cuello, me froté los ojos con la manga de la camisa, ya no tenía ropa de niño. Miré a mí alrededor, estaba en medio de un jardín y los aspersores que lanzaban su agua sucia me estaban mojando. El pasto sólo estaba mojado donde me encontraba yo, las demás áreas secas, me enternecieron unos gatos que jugaban en las raíces de un árbol frondoso. No me explicaba por qué no podía dejar de llorar, me dirigí a la biblioteca donde había una aglomeración de personas, murmuraban algo pero no distinguía lo que veían, me decidí a entrar sin preocupación arrastrándome entre las piernas de la gente y, cuando al fin llegué a la puerta, vi que estaba una persona recostada en el suelo, probablemente se había desmayado. Me acerqué a observar, se encontraba en medio de la recepción, no distinguí su rostro, me acerqué más. Era yo. Sí, era yo. Le pregunté al oído lo qué estaba haciendo y sin abrir sus ojos me pidió que entregara un libro antes de las nueve de la noche. Era un libro con la imagen de un caleidoscopio proyectando asteroides de colores, en el lomo decía: El sueño de la muerte. Antes de irme, le volví a preguntar qué estaba haciendo, y me respondió que me estaba soñando.

ENTREGUÉ EL libro justo antes de las nueve y salí de la biblioteca, ya estaba casi seco, sólo tenía el pelo húmedo y la cara empapada de lágrimas; salí de la universidad, corrí aprisa para alcanzar el autobús. En el transcurso del camino comenzó a llover, toqué el vidrio de la ventana y era de agua, mi mano traspasaba la ventana hacia afuera y se mojaba, la metía y estaba completamente seca. El camión daba muchas vueltas por lugares desconocidos, comenzó a calentarse, hacía mucho calor, sofocante y yo que tanto lo odio, hui de él, además parecía que nunca llegaría a casa, me bajé y volví a refrescarme caminando bajo la lluvia, casi llegaba a casa, sólo tenía que cruzar una calle por la que corría un poco de agua en la orilla de la acera, traté de saltarlo, pero rocé con mi talón la orilla del charco, y como si fuese la corriente de un río me tumbó en el asfalto. No me quise levantar, me dolía la cabeza por el golpe y me quedé dormido, comencé a soñar. Me encuentro en el parque junto al lago artificial, ya no de noche, ahora temprano en la mañana, siento la espalda mojada, me levanto y camino calle tras calle hacia mi casa, en cada esquina hay construcciones de edificios, barcos y casas, esta vez ya no son de juguete y no se encienden. En las construcciones inconclusas me asomo por una ventana y me percato de que es mi cuarto, con todas mis cosas, mis libros y mi cama, pero yo no vivo ahí. Sin embargo, decido entrar, pues estoy mojado y con frío, siento la necesidad de descansar un poco, así que me acuesto en la cama, me cobijo y antes de quedarme dormido, veo una silueta en la ventana por la que entré, es una persona de la cual sólo distingo unos pequeños ojos, pero no sé quién es, me susurra al oído preguntándome qué sueño, le respondo que estoy soñando su sombra, cierro los ojos, siento un cálido beso en la frente y comenzó a soñar.

DESPERTÉ EN la biblioteca de la universidad, en medio de la recepción y las barras de seguridad, había gente que me observaba, me levanté del suelo y pasé entre ellos, tenía un libro en la mano y lo entregué antes de las nueve de la noche. Salí y hacía mucho sol, el cielo raso, de mi frente nacía una cálida sensación de felicidad y me sentí ligero, tan ligero que sentí deseos de volar, di un brinco sin esperanzas de poder elevarme, pero me elevé más de lo normal, decidí ir a mi casa brincando y en cada brinco permanecía más tiempo en el aire, flotaba y sentía un poco de vértigo, pero me sentía feliz, pues nadie más lograba flotar como yo. Ya no recordaba dónde estaba mi casa, entre más avanzaba menos podía controlar mis aterrizajes, de pronto ya no podía bajar y comencé a sujetarme de las paredes y postes, se nubló y comenzó a llover levemente, me sujeté de un árbol y salió una parvada de palomas que me indicaban el camino a casa, permanecí un rato mojándome sobre el árbol hasta que me dio frío, el agua me hizo pesado y dejé de flotar, caí lentamente al asfalto diluido en agua, caminé sólo un poco y toqué la puerta de mi casa, me abrió la misma sombra que vi en aquel cuarto que no era mío pero que contenía mis cosas, sólo brillaban sus ojos, me abrazó, y me encaminó a la sala, me secó el cabello y me vistió con ropa seca como cuando era un niño, sentí otro cálido beso en la frente y una ligereza en mi cuerpo, me relajé recostado en el sofá, y me quedé otra vez dormido. Pero ésta vez ya no quería soñar, ya no soñé nada, comencé a escuchar voces, abrí los ojos, era mi madre, me preguntaba cómo me sentía, que me calmara, estaría bien pues la fiebre había pasado. Me incorporé en la cama, no era un sofá y no era mi casa, volteé a la ventana, afuera del hospital llovía fuertemente, alcancé a ver el movimiento de las ramas de un sauce, parecían llorar al mecerse con el viento y la lluvia, sentí deseo de ir consolarlo, salí por la ventana y me dirigí hacia él.

MURIÓ A las nueve de la noche, afuera el clima estaba frío y el cielo nocturno limpio después de haber pasado una lluvia ligera. La luna llena parecía acercarse, y desee que con su energía se avivara un poco su corazón, después de todo se trata de su único hijo, el dolor se aferrará a ella por mucho tiempo.