Por Enrique Esqueda Blas
* Francisco Goitia (1882-1960): Retrato Mínimo de un Socialista Cristiano (Tercera Parte)
EL GOITIA católico –ensimismado, resistiendo la vanidad del mundo y soportando el rigor de la pobreza– contrasta, informa y retroalimenta al Goitia dirigente y proyectista, por lo que esta última entrega nos referiremos a su muerte y legado sociocultural.
EL 26 DE marzo de 1960, Francisco Goitia falleció a los 78 años, al parecer aquejado por una bronconeumonía. Su sepelio fue un auténtico acontecimiento público al que asistieron el pueblo, amigos, familiares y alumnos, funcionarios, diplomáticos, intelectuales e integrantes de organizaciones sociales. De ello darían cuenta en diarios y revistas de circulación nacional el fotógrafo Rodrigo Moya y los periodistas Consuelo Colón, José Herrera, León Quezada, Lautaro González Porcel, Julio Scherer y Abraham Zabludovsky, entre otros muchos. Tenemos noticias de que cuatro años atrás el maestro había librado intervenciones médicas derivadas de males prostáticos y pulmonares, aunque las afecciones respiratorias le habían causado otras crisis. Para entonces seguía activo a su manera lenta y pausada, por lo general denostada y cuestionada por otros pintores y críticos de arte. Y a pesar de haber sido premiado en 1958 se resaltaban su vejez y el olvido institucional en que se encontraba: se entendía que sobrellevaba su situación económica por ideales espirituales, la ayuda de conocidos organizados para tal objeto y los fondos que percibía por la venta de sus cuadros (por si fuera poco, compartidos con sus correligionarios).
CONSCIENTES DEL riesgo de sobreinterpretar, no podemos evitar el desafío de escudriñar el mundo interior del artista antes de su deceso. Para ello partiremos de la nota “Enfermo, reta a la muerte trabajando en su jacal” aparecido en el Diario de la Tarde el 17 de julio de 1959 donde se describió el asunto de dos obras en las que el creador se afanaba bajo el título de Paisaje de Zacatecas durante la Revolución: “De la tierra calcinada por los años emergen solitarios los cactos, de los que penden dos ajusticiados; sobre ellos, en el cielo azul sin nube, los cuervos, los zopilotes y los buitres forman una corona fúnebre, una corona negra” (quizás una evocación de Paisaje de Zacatecas con ahorcados II). A ella se sumaron los artículos “Pasó del sueño a la eternidad” y “Como cirio que se apaga” publicados el mismo día de la defunción de Goita por Lautaro González en Últimas Noticias. Ambos textos contenían agudas observaciones sobre el carácter místico del finado y fueron construidos para ganar la atención de los lectores y generar en ellos una atmósfera de tensión sobrecogedora.
AUNQUE GONZÁLEZ llega a sonar artificial (al inducir la posibilidad de que Goitia tuviera premura de concluir su “Retrato de un decapitado” para ahuyentar a quien lo agobiaba en sus ensoñaciones), este presunto hecho podría tener algo de verdad tratándose de un “observador participante” en contextos de violencia extrema (traigamos a la memoria el parte de guerra de la toma de Zacatecas en 1914). Abona a este planteamiento la anécdota de José Farías Galindo, por quien sabemos que en una ocasión, cerca de 1915, el revolucionario participó en el descenso y entierro de un colgado en Fresnillo, Zacatecas, pidiendo a los deudos no exhumarlo y orar a San José por su eterno descanso; lo cual podría indicar un gesto humanitario, un acto de misericordia o una respuesta ligada al miedo a lo sobrenatural. Tenemos pues, que las imágenes de colgados y mutilados fueron prototípicas en la producción del pintor, que aunadas a sus fuertes impresiones emocionales y pensamiento mágico-religioso podrían, en efecto, dar cabida a cierto fantasma, como fenómeno psicológico, en el veterano villista.
ESTAS PROPOSICIONES pueden complementarse con una sugerente interpretación iconográfica relativa a los colgados (que tal vez, por extensión, sea parcialmente válida para los cercenados) donde se les concibe como “un símbolo de la sensación de desolación que dejó la revolución” donde “el dolor del pueblo se identifica con el de Jesús en la Cruz; un sufrimiento humano y terrible pero que en sí mismo guarda la posibilidad de resurrección” (Accidentes perfectos en http://accidentesperfectos.blogspot.mx/search?q=Goitia). En estos personajes/temas, se comprimen, entonces, múltiples contenidos sociales y existenciales ligados a los costos humanos de las transformaciones colectivas, la bestialización en la guerra, las nociones de progreso y civilización, la ética y el destino del alma. Asuntos todos de enorme calado.
TAMBIÉN CABE mencionar, que sobre todo durante su última década, Goitia participó en varias organizaciones de carácter social y cultural. Una de ellas fue el Frente Nacional de Artes Plásticas que se pugnó por aglutinar a un amplio sector de productores de distintas tendencias para impulsar el arte nacional, generar fuentes de empleo, revisar programas, descentralizar la cultura, potenciar el intercambio con el extranjero, conservar ciudades y monumentos, montar exposiciones e incentivar la enseñanza y la investigación. Otra organización fue la Liga Nacional Campesina “Úrsulo Galván”, quedando para investigaciones más amplias el balance que hizo sobre los gobiernos emanados de la revolución mexicana y sus opiniones respecto al Partido Acción Nacional. A la distancia, no deja de sorprender la integralidad de sus propuestas de intervención en Xochimilco, donde pretendió el desarrollo económico de la zona y su modernización preservando su patrimonio cultural tangible e intangible. Esto fue reiterado en su testamento donde donó terreno para aprovecharlo con fines educativos y en el cual recalcó la labor de preservación de piezas prehispánicas y coloniales, además de la importancia de la reconstrucción del ex convento y las capillas del Rosario y La Crucecita. Adicionalmente promovió las ferias y la reforestación con olivos para mejorar el ambiente, explotar su madera y producir aceite.
DÍAS ANTES de su fallecimiento, Goitia mostraba signos de decaimiento y su mirada se percibía perdida… ausente. La versión más difundida, y al parecer la más exacta, fue que por la mañana la señora Marcelina Ávila lo observó tomar dificultosamente un café, antesala de una agonía que tardaría cerca de media hora. Rápidamente, en su modesta casa de piedra y lámina en Xochimilco se improvisó una capilla ardiente en la que lo visitaron sus allegados en un ambiente de tolvaneras y aullidos de perros. Más tarde se ofició una misa de cuerpo presente en el templo de San Bernardino de Siena y, acto seguido, sus restos se trasladaron a la agencia Gayosso en Sullivan, para regresarlos luego y conducirlos en procesión al panteón de Jilotepec. En un retrato de Goitia en su féretro lo miramos vestido de overol con una apariencia beática portando el cordón y escapulario franciscanos. Después de realizarle una mascarilla mortuoria, la tierra lo recibió entre llantos y palabras de despedida, que anunciaban, paradójicamente, el nacimiento de su fama.
TRAS EL deceso del artista, el Gobierno del Estado de Zacatecas, entidad federativa a la cual siempre se sintió unido, anunció la creación de un museo en su honor. Se adelantaba que su colección tendría como pie un Autorretrato conservado en el Instituto de Ciencias del Estado. Con ello, podemos decir, se vislumbraba una de las aspiraciones goitianas: “Sólo cuando mi obra se logre reunir en un solo local podrá comprenderse hasta dónde es religiosa”.